Estos trastornos se caracterizan por dificultades en la comunicación y la interacción social y por un repertorio de intereses y actividades restringido y repetitivo
Los trastornos del espectro autista (TEA) son un grupo de complejos trastornos del desarrollo cerebral. Este término genérico abarca afecciones tales como el autismo, el trastorno desintegrador infantil y el síndrome de Asperger.
Según estimaciones de estudios, un niño de cada 160 padece un trastorno del espectro autista. Nótese que se trata de un promedio: las tasas de prevalencia observadas varían enormemente de un estudio a otro. Algunos trabajos recientes, sin embargo, incluyen tasas mucho más elevadas.
El nivel de funcionamiento intelectual es muy variable entre las personas con TEA, pudiendo ir desde un deterioro profundo hasta la existencia de habilidades cognitivas no verbales superiores. Se estima que alrededor del 50% de las personas con TEA también padecen alguna discapacidad intelectual.
Detectar un trastorno del espectro autista es difícil durante los primeros 12 meses de vida, pero generalmente es posible establecer un diagnóstico antes de que el niño cumpla los dos años. Son signos tempranos característicos el retraso en el desarrollo de las aptitudes lingüísticas y sociales, o su involución temporal, así como la aparición de determinadas conductas estereotipadas y repetitivas
El papel de los padres en la prestación de apoyo a un niño con autismo es fundamental. Pueden ayudar a garantizar su acceso a los servicios sanitarios y educativos y ofrecerle el entorno de apoyo y estímulo en cada etapa del crecimiento. Recientemente se ha demostrado además que los padres también pueden ayudar a dispensar tratamientos psicosociales y conductuales a sus propios hijos.
La evidencia científica disponible parece indicar que existen diversos factores, tanto genéticos como ambientales, que contribuyen a la aparición de trastornos del espectro autista, influyendo en las primeras fases de desarrollo del cerebro.
Según los datos epidemiológicos disponibles, no hay ninguna prueba de que exista una relación entre la vacuna triple vírica (SPR) y los trastornos del espectro autista. Se ha demostrado que los estudios realizados en fecha anterior que apuntaban a la existencia de una vinculación causal presentaban importantes deficiencias de rigor.
Tampoco hay ninguna prueba de que exista alguna otra vacuna infantil susceptible de incrementar el riesgo de padecer trastornos del espectro autista. Por otro lado, los exámenes de los datos de apoyo encomendados por la OMS han concluido que no existe correlación alguna entre el uso en las vacunas de conservantes y los trastornos del espectro autista.
Leave a Reply