Son diversos los factores que pueden predisponer y/o precipitar la aparición de un disturbio de baja tolerancia a la frustración
El temperamento: las disposiciones más internas, biológicas y genéticas como el temperamento distinguen a los individuos en sus habilidades innatas, entre las cuales puede incluirse la tolerancia a la frustración.
Las condiciones sociales: en función del entorno social y cultural en el que esté circunscrita la persona influye notablemente en el funcionamiento personal e interpersonal. Los estudios demuestran que en la sociedad occidental la ocurrencia de este tipo de problemática es significativamente más elevada que en otras culturas distintas.
Ciertas dificultades en la expresión emocional: un vocabulario restringido, un déficit en la capacidad para identificar y reconocer emociones experimentadas y una creencia errónea sobre la idea de que manifestestar emociones desagradables es perjudicial y debe evitarse, correlacionan positivamente con un funcionamiento persistente de baja tolerancia a la frustración.
Algunos modelos que presentan déficits en autocontrol: en el caso de los menores, estos aprenden una gran parte de su repertorio conductual a partir de lo observado en sus figuras referentes. Modelos parentales escasamente hábiles en la gestión de la frustración trasmiten a sus hijos esa misma incompetencia.
Una interpretación errónea de las señales: el sujeto puede valorar la situación frustrante como intensamente amenazante y peligrosa, haciendo más complejo un afrontamiento adecuado.
La recompensa por la acción retardada: debe reforzarse todo intento por parte del individuo de efectuar una respuesta autocontrolada y demorada con la finalidad de que este comportamiento vaya adquiriendo fuerza y aumente su frecuencia.
El aprendizaje de la tolerancia a la frustración (y el Modelo REPT)
La tolerancia a la frustración es un aprendizaje que debe consolidarse ya durante etapas tempranas del desarrollo infantil.
Los niños muy pequeños no poseen aún la capacidad de esperar o de comprender que no todo puede producirse de forma inmediata. Así, el procedimiento que suele operar cuando se aplica un funcionamiento de baja tolerancia a la frustración se inicia en el momento en que el pequeño no puede disponer de lo que desea y manifiesta una reacción de catastrofismo exagerado por ese motivo.
Seguidamente, dada su interpretación de dicha situación como algo insoportable, empieza a generar una serie de verbalizaciones internas autodirigidas de rechazo (“no quiero hacer/esperar…”), punitivas (culpar a otros), valoraciones catastrofistas de la situación (“es insoportable”), demandas (“no es justo que…”), autodesprecio (“ me odio a mí mismo”).
Tras esta fase, emergen las respuestas a nivel conductual en forma de rabietas, llantos, quejas, comportamientos oposicionistas u otras manifestaciones similares. De este modo, se entiende que hay una relación bidireccional entre el sentimiento de frustración y la interpretación negativa de la situación donde ambos elementos se retroalimentan recíprocamente.
Todo ello, puede perpetuarse hasta la edad adulta si la persona no ha sido instruida en el aprendizaje relativo a modificar esquemas cognitivos e interpretaciones emocionales que le faciliten la adopción de un estilo más tolerante y flexible.
Entre las medidas principales que suelen formar parte del entrenamiento para potenciar una adecuada tolerancia a la frustración se encuentran componentes como las técnicas de relajación, el aprendizaje en la identificación de emociones, indicación de instrucciones concretas sobre cuándo debe el pequeño pedir ayuda ante una situación determinada, realización de ensayos conductuales controlados en los que se simulan escenarios potenciales, refuerzo positivo de los logros conseguidos por el niño y adquisición de comportamientos alternativos e incompatibles a la reacción de frustración.
Terapias y estrategias psicológicas para combatirla
Sobre las técnicas y estrategias psicológicas que se utilizan como recurso para consolidar este tipo de aprendizaje en el ámbito paterno-filial, se ha propuesto una adaptación de la Terapia Racional Emotiva de Albert Ellis: el modelo “Rational Emotive Parental Training (REPT)”.
El REPT es una herramienta útil que ayuda a los padres a comprender mejor cómo funcionan las emociones, qué finalidad tienen y como se relacionan con las cogniciones e interpretaciones que se generan tras una situación experimentada. Deviene una guía para aplicar en relación a la problemática infantil como también puede beneficiosa una auto-aplicación para las personas adultas.
Más concretamente, los objetivos del REPT residen en dotar a los padres de la información relevante sobre el modelo que explica la regulación emocional para que puedan trasmitir estos conocimientos a sus hijos y les sirva como guía para utilizar en situaciones potencialmente desestabilizadoras logrando un adecuado manejo de las emociones suscitadas. Por otra parte, es un instrumento que ofrece un conjunto de información que les posibilita detectar pautas educativas aplicadas erróneas, así como una mayor comprensión sobre las motivaciones que subyacen al comportamiento del niño. Finalmente, esta propuesta pretende facilitar la interiorización de un funcionamiento más activo en relación al afrontamiento y solución de problemas de forma más eficiente.
Los contenidos principales incluidos en este novedoso y eficaz modelo se encuentran los componentes: psicoeducación parental en el manejo adecuado de las emociones propias que faciliten una práctica educativa correcta y en la autoaceptación que los aleje de situaciones estigmatizadoras, entrenamiento en respuestas alternativas a la frustración centradas en un estado de calma donde se expliquen razonadamente las causas por las no se puede atender a la demanda infantil, el ejercicio de la capacidad empática por ambas partes que facilite la comprensión del otro y la aplicación de los principios de las teorías de Modificación de Conducta (refuerzo positivo/negativo y castigo positivo/negativo), fundamentalmente.
En conclusión, se ha podido observar cómo el fenómeno de la frustración deviene un conjunto de reacciones aprendidas que pueden verse modificadas con la instauración de nuevos repertorios cognitivo-conductuales alternativos.
Estos aprendizajes son una parte muy importante del conjunto de aspectos a integrar durante el desarrollo infantil, puesto que están en la base de un funcionamiento poco activo en la resolución de problemas y situaciones potencialmente complejas en etapas posteriores; de una actitud general de pérdida de motivación que puede dificultar la consecución de objetivos vitales diversos; y de una tendencia a manifestar esquemas cognitivos poco realistas y cercanos a la catastrofización de la situaciones experimentadas.
Por todo ello, parece fundamental la realización de un trabajo conjunto familiar desde épocas tempranas que prevenga la aparición del este estilo comportamental tan poco adaptativo.
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